Cartas a la humanidad
- Viboral Biodiverso
- 3 oct
- 6 Min. de lectura
Recientemente nos reunimos en un Círculo de la Palabra para abrir un espacio de diálogo y encuentro con la fauna silvestre que habita nuestro territorio. El ejercicio nos retó a algo poco común: dejar de hablar desde lo humano y ponernos, por un momento, en la piel de los animales con los que compartimos el planeta.

A través de la personificación, cada participante asumió la voz de una especie —como la zarigüeya, la mapaná, la tortuga o la lora amazónica— y escribió una carta dirigida a la humanidad. En ellas, los animales narraron sus vidas, sus hábitos y también sus miedos: el tráfico ilegal, la pérdida de hábitat, la persecución injusta o la indiferencia frente a su valor ecológico.
El ejercicio no solo fue literario, también fue un acto de empatía. Al comprender sus comportamientos y roles en el ecosistema, logramos reconocer que no son enemigos ni recursos a explotar, sino vecinos con los que convivimos en un mismo territorio.
Las cartas resultantes son un testimonio sensible y poderoso. Nos invitan a reflexionar sobre nuestra relación con la naturaleza, a cuestionar los prejuicios y a imaginar formas más justas y conscientes de habitar el mundo.
En este blog compartimos esas voces simbólicas de los animales, que aunque escritas por manos humanas, nos recuerdan que la vida en el planeta está entrelazada y que la paz con la naturaleza empieza por escuchar y reconocer al otro, incluso cuando ese otro tiene escamas, plumas o pelaje.

Morrocoy: sin voz ni voto
Aunque me dieron un nombre, lo omitiré, porque nunca lo sentí como mío. Alguna vez tuve un hogar verdadero, una familia, un lugar al que pertenecía. Seguro tú amas mucho a la tuya y la ves con frecuencia.
Por dinero fácil, alguien me arrancó de mi hábitat. Fui separada de lo que conocía y recorrí, incómoda, muchos kilómetros hasta llegar a un supuesto “hogar”. Allí solo existo para que alguien me observe unos segundos, alguien que no tiene idea de lo que realmente me haría feliz.
Tú eres feliz porque buscas tu felicidad. Yo no puedo buscar la mía. Dependo de una persona que me alimenta apenas una vez al mes, siempre con lo mismo: un trozo de tomate. Tú puedes comer cuando tienes hambre; yo solo espero.
Mi rostro parece inmutable, siempre igual. Pero si me miras con atención, descubrirás la tristeza que guardo dentro.Si tan solo pudieras escucharme...

Carta de una zarigüeya
Yo soy una zarigüeya, y soy importante porque ayudo a mantener regulado el equilibrio del sistema.
No invadan tanto el mundo natural para que yo no tenga que ir a las ciudades.
Ustedes comen gallinas. Yo también.
Ustedes comen naranjas. Yo también.
Dejen de insistir en conquistar la naturaleza: conquístense primero a ustedes mismos.
Argiro, la zarigüeya

Carta a la humanidad
Hola, soy la mapaná. En algunos lugares me llaman talla X por el patrón de mi piel, que forma una “X” en mi cuerpo. Soy una serpiente que disfruta alimentarse de ranas y lagartos, aunque mi plato favorito son los ratones. Tengo un veneno potente que me ayuda a preparar mi cena y, al mismo tiempo, a defenderme.
No soy muy rápida ni ágil. A veces puedo trepar algunos árboles, pero no es mi fuerte. Por eso, cuando me siento amenazada, prefiero enrollarme y esperar. Si nadie se acerca, me quedo tranquila; pero si invaden mi espacio personal, me asusto y me defiendo.
Me han dicho que muchos de ustedes me temen porque mi veneno ha causado daño. Pero créanme: yo les temo aún más. Parece una guerra entre humanos y serpientes, aunque en realidad nosotras estamos en desventaja. Ustedes han destruido gran parte de nuestro hábitat, y cada vez tenemos menos espacio para vivir.
Aunque no lo crean, yo también importo.Podemos hacer un trato: si cuidan los bosques y ayudan a restaurar el ecosistema donde vivo, yo no me acercaré a sus hogares. Y si alguna vez nos cruzamos en el camino, por favor no te acerques. Te aseguro que nada pasará.
Atentamente,
Eliza, la mapaná
Carta de una lora amazónica
Soy una lora amazónica, un ave silvestre del territorio colombiano. Me gusta volar grandes distancias y soy importante porque formo parte del ecosistema, un ser más dentro de la diversidad del planeta. Disperso semillas, doy color a los bosques y promuevo la regeneración natural.
Me parece indignante que quieras quedarte con mis crías y privarlas de su libertad. Créeme: tu interés egoísta no ayuda al planeta. Siembra bosques, siembra vida.
No puedo volar cerca de ti y de tu familia sin el temor de que me arrebates lo más valioso: la libertad.

Carta de una mapaná a los humanos
Me presento: mi nombre es Mapanael. Soy una víbora y vivo en un hermoso bosque del cañón del río Melcocho. Me gusta mucho habitar aquí; me siento a gusto en este lugar. La comida abunda, y basta con salir a buscarla: siempre aparece uno que otro ratón, algún pájaro despistado o una rana en un charco. Disfruto deslizarme y sentir la tierra húmeda en mi piel. Es un privilegio vivir aquí.
Pero no todo es color de rosa. Hay un miedo latente que me acompaña siempre y no me deja estar tranquila. Desde hace mucho tiempo me preocupa a mí y a los míos. Desde que tengo memoria, existen unos animales que dominan la tierra, caminan en dos patas y son implacables en su trato hacia nosotros. Es extraño: pareciera que nos odiaran a muerte.
Cada vez que alguna de mis hermanas se encuentra con ellos, es muy probable que no salga viva.
Solo les pido un poco de compasión y empatía. Aspiro a que algún día podamos coexistir en paz, nosotros y ustedes, junto a la naturaleza.
A la humanidad
Mi nombre es zarigüeya y soy un marsupial inofensivo que, además, presta muchos servicios ecosistémicos que también benefician a ustedes. Por ejemplo, disperso semillas y contribuyo a la regeneración de los bosques, controlo plagas e incluso ayudo en la producción de suero antiofídico.
Me duele que tanto yo como los míos seamos atacados injustamente. Por eso espero que no nos miren desde una perspectiva de dominio, sino desde el respeto que merecemos por existir y compartir este planeta con ustedes.
Con cariño y esperanza por una humanidad más consciente,
Angi, la zarigüeya
Carta de una mapaná para los humanos
Señores humanos, reciban un cordial saludo.
Me presento: soy una serpiente a la que llaman víbora, específicamente mapaná.
Tengo una inquietud que me preocupa mucho y quiero preguntarles: ¿por qué cada vez que ustedes me ven tratan de atacarme, intentando terminar con mi vida, cuando yo no les he hecho ningún daño?
Soy consciente de que mi aspecto quizás no les agrade y que en mi interior llevo una sustancia que puede ser peligrosa para ustedes. Sin embargo, les aseguro que, si no me asustan y me dejan tranquila, yo no les haré daño. Al contrario, huiré y me mantendré lo más alejada posible. No me teman.
Si aprendemos a guardar distancia y respetar nuestros espacios, tanto ustedes los humanos como yo, la serpiente, podremos llevar nuestra vida y existencia con tranquilidad y normalidad, en armonía con la naturaleza.
Si respetan mi vida y mi tránsito por este mundo, incluso puedo beneficiarlos: con mi veneno se puede producir y transformar suero antiofídico que podría salvarles la vida.
Respetémonos mutuamente y guardemos distancia para que podamos seguir con nuestras vidas sin afectarnos los unos a los otros.
Con cariño y respeto,
Santiago, la mapaná

Cada palabra escrita en estas cartas fue un intento de escuchar lo que, en el silencio del bosque, tantas veces pasa desapercibido. Detrás de cada mirada de la zarigüeya, del desliz de la mapaná, del vuelo de la lora o del paso sigiloso de la tortuga, late un mensaje profundo: no estamos solos. Compartimos la vida, el aire y la tierra con seres que también sueñan, sienten y buscan su lugar en el mundo.
El ejercicio nos recordó que la empatía no es solo un gesto humano, es un puente hacia la reconciliación con lo que nos rodea. En cada carta se abrió una posibilidad: aprender a habitar la naturaleza sin destruirla, convivir con respeto y reconocer que la diversidad es el verdadero lenguaje de la vida.
Que estas voces imaginadas se conviertan en semillas de conciencia y en llamado a cuidar nuestra casa común.



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